Hasta la noche del día 3 de abril de 2004, la situación en Nayaf y Diwaniya era de relativa calma. Pero todo el escenario cambió de pronto. Se encendió “ametralladamente”, buscando fuego, polvo y arena, cuando entre las tres y las cuatro de la madrugada fuerzas especiales estadounidenses, sin dar conocimiento de ello al Cuartel General español, detuvieron en Nayaf a Mustafa al-Yacubi, portavoz del líder chií radical Muqtada al-Sader, que, rápido, amenazó con desatar una oleada de protestas a las puertas de la base, porque varias emisoras de radio iraquíes habían afirmado, falsamente, que soldados españoles eran quienes habían detenido al clérigo.
A partir de ese momento, empiezan a sucederse concentraciones delante de las bases españolas; y la mañana siguiente, ya despeinada con la noticia, comienza a llevar al contingente español a prevenirse contra todo lo que puede venir esos próximos días. No se equivocaban.
El día 4 de abril, en la base “España”, en Diwaniya, los legionarios presagian que la noche va a ser larga. Sobre las 23.30 horas empiezan a caer granadas de mortero. Ya han preparado el equipo, armamento y munición porque saben que, en tierras difíciles, un leve cambio de temperatura, un simple aleteo de una mariposa, puede causar una tormenta de consecuencias impredecibles; y en aquellos lugares ese momento se adivina cercano: en una de las manifestaciones, donde se han infiltrado combatientes del ejército del Mahdi, han comenzado a disparar contra la base española “Al-Andalus”, en Nayaf; y de pronto, todo deja de ser pacífico.
Los legionarios de la base “España” esperan ataques en cualquier momento; siguen cayendo granadas de mortero, pero esperan el alba y las nuevas órdenes con la tranquilidad de quien conoce su oficio. Saben cuáles son los orígenes del fuego de mortero, pero deciden no responder por encontrarse fuerzas propias en el exterior, a retaguardia del enemigo. Numerosas granadas, un fuego intenso desbocado, sigue cayendo sobre la base. Mientras tanto, la Sección de Armas de la Compañía “Millán-Astray” continúa ejerciendo su labor de coraza de la base, esa primera burbuja que mantiene sus espíritus en prevengan por todo el perímetro, ganando las distancias. Su acción es sosegada y, no obstante, inquieta, atentos y seguros de que la reacción será la adecuada.
Pasa la noche, lento devenir de un sol que aparece arrastrado por el tiempo; y todos, apenas sin descanso, saben que tienen que ponerse en marcha.
Es la mañana del día 5 de abril y la cabo legionaria Cristina López, fusilera y tiradora, se pone el chaleco, prepara el equipo, comprueba el armamento y munición y sale con su patrulla. La misión es proteger la depuradora de agua, que se encuentra en ese momento desguarnecida y es un suministro crítico para los habitantes de la ciudad. Agua, suministros, centros médicos; esos almacenes tan necesarios, son vigilados por los legionarios. Cristina y sus compañeros se encargan de esa posición durante toda la mañana hasta que son relevados; y, por disuasión o porque no tocaba, la depuradora de agua no ha sido atacada.
Las evidencias hacen suponer que la tarde, con su lento golpear de sombras, no será tan tranquila; y que caerá sobre ellos, como gota de cansancio, sumando inconsciente toda la noche anterior a la noche que les queda. Esa tarde, la Compañía “Millán-Astray” recibe la misión de escoltar al jefe español que tiene como objetivo negociar el fin de los ataques sobre las bases, que cada vez están teniendo lugar de una forma más continua. La misión de escolta tiene como destino el edificio del “Mártir Sadr”, que a su vez es la sede del partido Al-Dawa en Diwaniya.
Después de una rápida planificación, y sabiendo que, tal como estaba la situación, incluso podía llegarse al cuerpo a cuerpo, al igual que había sucedido la noche anterior en Nayaf, la patrulla sale de la base “España” a su destino. Hace un intenso calor, sumado a todo el equipo que portan encima y al hermetismo de los blindados. Son aproximadamente las 18.00 horas. Al avanzar por la ciudad, el ambiente aparenta ser normal, pero nadie ignora que conviene en el combate que el enemigo crea en las apariencias: cuando parece que hay menos, hay más; y cuando crees que hay más, en realidad hay menos. Pero para eso se prepararon los legionarios, para eso y para cuantos cambios pudieran producirse en la planificación inicial.
Sobre el convoy que se acerca a negociar a la sede del partido Al-Dawa, sobrevuelan, dándole seguridad, dos helicópteros Superpuma. Alivia un poco tener un par de águilas en el aire.
La Sección de Armas, donde se encuentra la cabo legionaria Cristina López, va en vanguardia, mientras el resto de la Compañía se situó para la maniobra a retaguardia. Todos iban en tensión en el blindado: el cabo primero Peralta, jefe de vehículo; el cabo Marmolejo, conductor; la cabo López; el caballero legionario Bravo, tirador de ametralladora MG; el caballero legionario Cepe, radio; el caballero legionario Jalón, tirador; y un intérprete.
Nada más llegar al punto de encuentro, tres individuos los recibieron a tiros con sus Kalashnikov. Aunque enseguida, cuando vieron la reacción de los legionarios, se dieron a la fuga, abandonando sus armas. Atravesaron una pequeña rotonda, junto al hospital materno-infantil, pensando que por tratarse de un hospital no se realizaría fuego desde allí. Inmediatamente, se oyó una detonación y una granada contra carro RPG7 los sobrepasó a no más de un metro de sus cabezas. Ninguno entiende que desde el lugar donde se lucha por la vida pueda llegar la muerte, con su pretendida nocturnidad alevosa. Cristina observó de dónde había venido ese cohete y se dio cuenta de que provenía de una de las terrazas del hospital, donde adivinó que se escondían unos cinco o seis hombres armados como si habitaran en vez de un hospital una torre turbia.
Desde la sede del partido Al-Dawa, seguían haciéndole fuego, al que respondieron también con fuego, para alejar la ola de violencia que se cernía sobre ellos. Todos los componentes de la patrulla querían silenciar la sede del “Mártir Sadr”. Mientras se defendían como leones, como legionarios, se volvieron a producir dos lanzamientos más de RPG7 desde el edificio de la sede del partido Al-Dawa y, lo que era peor, desde el hospital. Hubiera sorprendido ese ataque si no hubieran sabido los legionarios que, en Nayaf, los españoles tuvieron que detener un ataque de la aviación estadounidense sobre el hospital, desde donde estaban los insurgentes haciendo fuego a las fuerzas de la coalición, poniéndola en serios aprietos. Pero se prefirió no destruir un hospital sumamente necesario y desalojar al enemigo desde tierra.
El intercambio de disparos duró un largo tiempo. El blindado de Cristina, Peralta, Marmolejo, Bravo, Cepe y Jalón no se distrajo un segundo del combate, cabalgando entre experiencias de fuego, irradiando seguridad a la maniobra. Finalmente, se decidió no asaltar la sede ante la duda de que el enemigo pudiera volarla en el instante en que las tropas españolas hubieran penetrado.
En ese momento, llegaron dos helicópteros Apache norteamericanos, que comenzaron a apoyar el movimiento disparando con su cañón al edificio del partido Al-Dawa, desde donde no habían parado de atacar a los vehículos españoles en todo este tiempo.
Cuando la situación estaba controlada, se ordenó el repliegue y el regreso a la base “España”. Nada más llegar, formaron y recitaron, del Credo Legionario, uno de sus Espíritus, terminándolo con un «¡Viva España!».
Rápido, se fueron a sus naves, pero no a descansar, sino a limpiar armamento y revistar el equipo, ya que sabían que los ataques enemigos no se harían esperar, y no cabía ni un instante de reposo. Tanto fue así que, mientras cenaban, ya cayeron las primeras granadas de mortero cerca del comedor. Como pudieron, pues la seguridad primera es lo que te permite salir a combatir más tarde, regresaron a la nave entre disparo y disparo de granada. Todavía cuando se reúnen en alguna cena informal, lo recuerdan. Esa misma noche, con otra nueva oscuridad, la Sección de Armas de la Compañía “Millán-Astray” salía de nuevo a la calle, en misión de centinela; con el mismo espíritu, con la misma fuerza. Con el mismo honor.
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