El primer caído de la Academia General Militar
Es 30 de agosto del año 1883 y un joven de 18 años pone sus pies por primera vez en la Academia General Militar, situada en el Alcázar de Toledo. Su nombre: Vicente García Cabrelles. Un nombre que los cadetes de todos los tiempos de la Academia tienen el deber de guardar en el presente; pues fue orden de su primer director, el mítico general Galbis, «honrar la memoria del primer muerto en campaña de la General».
El general Galbis sabía que cuanto se deja al azar de los tiempos tiene muchas probabilidades de caer en el abandono; y sabía, tal como escribiría Luis Cernuda, que todos estamos sujetos al viento del olvido, que cuando sopla mata; por eso Galbis ordenó que siempre se honrara la memoria del primer caído en combate de la General.
Y, desde entonces, nadie ignora el nombre de Vicente García Cabrelles, pues es también nuestro oficio guardar las tradiciones y la memoria de aquellos que nos precedieron y supieron darlo todo en el cumplimiento de la misión que les fue encomendada en los tiempos que les tocó vivir.
Durante su estancia en la Academia General Militar, lo más brillante que hizo el cadete Cabrelles fue la «amonestación» que sufrió, junto a otros compañeros suyos, de manos del mismísimo general Galbis, la noche que ocurrió el terrible incendio que devastó el Alcázar de Toledo. Y, aunque pronto viajaremos con el joven teniente Vicente García Cabrelles a Cuba y Filipinas, porque no hay soldado que no sea hijo de su tiempo, no podemos dejar de contar cómo ocurrió esa acción tan brillante que mereció la reprimenda del mismísimo general director de la Academia General Militar.
Es 9 de enero de 1887 y, de pronto, con un comienzo lento y una propagación veloz, las llamas adivinan que la madera y los libros del Alcázar pueden llenarse de fuego con cierta facilidad y no desaprovechan la oportunidad de devastar cuanto lamen; para llevarse al humo, a la ceniza, a la nada, toda la reconstrucción que había llevado a cabo cinco años antes el general Marqués de San Román con el objeto de instalar allí la Academia General Militar.
Viendo el enorme peligro que envolvía a cuantos allí estaban, y pensando en el supremo valor de las jóvenes vidas que cursaban sus estudios militares en la Academia del Alcázar, el general Galbis ordena tocar «Generala», que formen todos los alumnos y que los jóvenes cadetes abandonen el Alcázar, dirigiéndose ordenadamente hasta el edificio de Santa Cruz para ponerse a salvo.
Pero hete aquí, que ni las llamas ni la orden del general Galbis fueron suficientes para que unos jóvenes cadetes decidieran pensar por su cuenta que su Academia General, pasto para las llamas, necesitaba su ayuda en aquel terrible momento; y muchos de ellos escaparon de filas para dedicarse a las tareas de extinción del incendio, dando un notable ejemplo de constancia y algunos de heroísmo, como aquellos que desalojaron el polvorín.
Pero, claro, habían desobedecido una orden del mismísimo general Galbis, y el general no estaba dispuesto a que eso pasara, como si tal cosa, en la Academia Militar donde empezaban a curtirse los futuros oficiales del Ejército español; así que redactó la Orden de la Academia del día 22 de enero, donde textualmente decía lo siguiente:
No pudieron los alumnos por prohibición mía expresa, dirigida a evitar desgracias, prestar servicios. Si algunos los prestaron fue porque no supieron la orden mía, o porque encontraron el medio de separarse de su compañía con pretextos más o menos atendibles. Me parece justo hacer público su comportamiento, digno de todo elogio, aun cuando demostraron que podían arrostrar mi enojo.
Dichos alumnos son: Alférez D. Francisco Franco Cuadros; alumnos D. Ramón Morales, D. Isidro González, D. Amable Escalante, D. Cristóbal Castañeda, D. Martín Hacha, D. José Brujeda, D. Eduardo Hernán Gómez, D. José Valero Barragán, D. Santiago Basols, D. Nicolás Campaner, D. José Galbis, D. Rafael Carbonell, D. Ricardo Ballenilla, D. Vicente García Cabrelles, D. Nicolás Díaz Saavedra, D. José Selgas, D. Julio Suso, D. Esteban Rovira, D. José Armiñán, D. Fernando Rich, D. Emilio Villaralbo, D. Joaquín Hidalgo y D. Antonio Esteban.
Cuentan que el general Galbis, la noche en que el incendio lo devoraba todo y que la techumbre y paredes del Alcázar se derrumbaban víctimas de las llamas, les dijo a las personas que estaban con él organizando la difícil extinción, viendo a sus cadetes desobedecer su orden: «Pero, ¡qué bravos son estos chicos! Habrá que perdonarles que alguna vez no me obedezcan, pero se lo diré, vaya si se lo diré».
Vicente García Cabrelles terminó sus estudios en la Academia General Militar el año 1888 y, a partir de ahí, comenzó su andadura militar. Una andadura que lo llevó en los brazos de los vientos que soplaban en aquellos duros tiempos que le tocó vivir; y si hablamos de finales del siglo XIX, no hay más remedio para un soldado español que hablar de Cuba, Filipinas o África. Así que el 10 de octubre de 1890 embarca en el puerto de Cádiz en el vapor crucero Alfonso XII, y desembarca en La Habana el día 29 del mismo mes. En Cuba prestó servicio en la Sección Topográfica, en el 10º Batallón de Artillería de Plaza, y en la Batería de La Reina.
Pero si queremos saber por qué su nombre, por orden del general Galbis, debe ser recordado para siempre no es en Cuba donde debemos buscar, sino en el norte de África; donde nuevamente, movido por los vientos de los momentos que le tocaron vivir, embarca en Cádiz el 14 de octubre de 1893 en el vapor San Agustín, junto a su Regimiento de Infantería «Extremadura» nº 15, con destino a Melilla.
A Vicente le vino en suerte ese tiempo en el que los soldados españoles terminaron combatiendo en lo que se denominó la guerra del general Margallo. Y nuestro protagonista se encuentra en esos momentos defendiendo el fuerte de Cabrerizas Altas. Cuando la situación en el fuerte es más desesperada, Margallo organiza una salida con dos secciones, una del Regimiento «Borbón» y otra del «Extremadura», que pelean en una lucha a muerte en un intento de aliviar la presión sobre el blocao. Al mando de su sección, mientras recibe su unidad un copioso fuego, el teniente Cabrelles establece contacto con el enemigo y, durante esos combates, recibe dos disparos —uno en la pierna y otro en la cabeza—, que le provocaron la muerte en el acto.
Era el primer caído de la General, 28 de octubre de 1893, y como escribieron sus compañeros: Gloriosamente muerto en la primera campaña de Melilla y en quien se cumplió el encargo del primer director de la Academia General Militar, de que se honrase la memoria del primer compañero muerto en campaña, colocando en el patio del Alcázar de Toledo, el 4 de marzo de 1912 una lápida debida al cincel del comandante Oteiza, que perpetuase la memoria de los muchos alumnos de la General que dieron su vida por la Patria y en la cual se grabó el nombre de García Cabrelles.
Muy aleccionador y justo