Por Juan Velarde Fuertes
Se provocó en el siglo XX como consecuencia de una serie de acontecimientos bélicos una crisis fortísima en nuestro desarrollo económico. En primer lugar con la carga económica que supuso la Guerra Hispano-norteamericana de 1898. Basta en este sentido con mencionar la necesidad de la reforma de Fernández Villaverde, así como los fenómenos de protesta vinculados a ella, como fue el “entancament de caixes” en Cataluña. Prosiguió con los desequilibrios originados a causa de los sacrificios exigidos por la Guerra del Rif, con episodios tan penosos como el desastre de Annual. Y no digamos lo provocado por la Guerra Civil de 1936 a 1939, que al enlazar con derivaciones de la II Guerra Mundial, provocó una caída fortísima en nuestra situación económica. Claro que de modo inmediato, en estos tres casos también existieron realidades derivadas muy positivas. Sin ir más lejos, como se lograron mantener, a pesar de la derrota, los activos españoles en Cuba, éstos, cuando llegaron a la Península, impulsaron multitud de actividades importantes. En relación con la contienda de Marruecos, aparte de la creación de algunas empresas, como Minas del Rif, una vez concluido el conflicto pasó a existir un impulso nada despreciable a causa del alivio que experimentaba el Sector Público, y por ello se provocó un fuerte desarrollo visible con claridad en la etapa final de la Dictadura de Primo de Rivera, y eso aparte de la seguridad que, como puntos de tráfico, pasaron a tener las plazas españolas de Ceuta y Melilla. Y es suficiente la lectura de esa obra magnífica que sobre la economía de la Guerra Civil se debe a José Ángel Sánchez Asiaín, para comprender el coste que significó, pero que impulso hacia ese cambio total en la política económica española que tuvo lugar en 1969, e incluso ayudado por lo que significó el participar España en la Guerra Fría, con enlaces respeto a los Estados Unidos y, posteriormente, con el conjunto de la economía europea, conexiones que mucho bien acabaron provocando. Pero, de todos modos, carece de sentido eliminar los costes de cualquier contienda.
Sin embargo, eso mismo ¿es lo que debe tenerse en cuenta en relación con los planteamientos de la defensa nacional contemplados desde el ámbito de la economía? Conviene, en este sentido, plantear la realidad española actual contemplada desde esta perspectiva.
A partir de las decisiones de 1959, España ha pasado a ser una potencia económica importante que, además, como consecuencia de la evolución de la historia contemporánea económica, ofrece posibilidades evidentes de todavía más desarrollo.
Para comprenderlo, ha de tenerse en cuenta que la renta de situación de España ha cambiado radicalmente. Existe un enlace entre los cada vez más prósperos países asiáticos del pacífico y el índico los cuales, a más de los intercambios con Estados Unidos pasan a desarrollar, a través del Mar Rojo y del Mediterráneo, una relación creciente con la Europa rica. Naturalmente esos tráficos derivados de tales intercambios se convierten en la pieza fundamental de los volúmenes atendidos, concretamente en los puertos de Valencia, Barcelona y Algeciras.
Por otro lado, Europa contempla las zonas costeras españolas del Este y del Sur con un talante en algún grado similar a lo que en Estados Unidos se contempló a California y Florida. Así es como en estos momentos, y por esa perspectiva europea, se analiza, por ejemplo a Benidorm como paralelo al Atlantic Citi. Todo eso, como sucedió con California comienza a dar lugar además a focos de desarrollo fabril con inversiones directas extranjeras. Mas he ahí que ese auge turístico y fabril de España puede resultar perturbado por el actual alzamiento islámico. El hundimiento de nuestra economía sólo se puede evitar, por eso, con una inversión adecuada en forma de la existencia y unas fuerzas armadas adecuadas españolas que en el Mediterráneo, en el Mar Rojo, en el Índico, en África, impidan cualquier trastorno. Se trata de conseguir, y hasta ahora se ha logrado, sencillamente alcanzar lo que se denomina en economía una reacción capital de un producto que sea favorable para impulsar nuestra economía. Al estudiar las partidas presupuestarias, los hombres que precisan nuestros Ejércitos adecuadamente preparados en todos sus niveles, más las obligadas inversiones en máquinas de guerra para tierra, mar y aire, amén de una industria moderna que facilite los materiales adecuados para los despliegues precisos también en tierra, mar y aire he, incluso, en el espacio exterior, impresiona a poco que se estudien, las cifras de todo esto. Tal cosa hace dudar, sobre la eficacia de esas inversiones. Mas he aquí que, por un lado, las circunstancias bélicas no siempre son depresivas. Como muy bien señala en su artículo “Defense economic” Martin C. McGuire en “The New Palgrave”, a partir de los años 60 estas cuestiones de economía de la defensa plantean interrogaciones macroeconómicas que se distribuyen hacia tres principales cuestiones: cual es el enlace de la economía con la seguridad del país; la búsqueda de la superación de situaciones oligopolísticas -¿recordamos lo que supuso el nacimiento de la Unión Española de Explosivos?- y la tercera, es la mejora tecnológica, pues, por ejemplo, el empleo del cokee en la siderurgia sólo empezó en España con la fábrica de Trubia. Tener todo esto en cuenta, ahora, en España, pasa a ser fundamental.
Además es preciso añadir que, garantizar el Mediterráneo desde Suez a las costas de Marruecos, y así no perturbar la buena marcha del conjunto de la Unión Europea, que contempla a España como algo que cuando no tiene perturbaciones es paralelo a como los Estados Unidos pasaron a contemplar, por ejemplo, a California. Pero California exigió eliminar la amenaza japonesa y mantener una acción militar permanente por parte de Norteamérica en el Pacífico por su lado Florida, y el Caribe, gracias a la realidad bélica estadounidense es una región absolutamente tranquila para cualquier tipo de inversión desde la fabril a la turística. Esto es que las inversiones, en más de una ocasión, cuando se refieren a la defensa, resultan ajenas a la famosa frase de Goering, lo de que en una contienda pasa a existir el dilema de “cañones o mantequilla”. Pero he aquí que, en muchas ocasiones, lo que sucede sobre este aparente dilema, es que, como señaló el gran economista Samuelson, los cañones permiten tener, no ya mantequilla, sino “la vaca entera”.